Sobre
Modernidad y Educación
“La escuela es el dispositivo
cultural por excelencia de la Modernidad. A través de ella se viabilizó la
difusión del conjunto de saberes, creencias, valores y principios en los que se
asentó la propuesta moderna de la organización social, política y económica.
Para ello se inventaron tradiciones que justificaban el orden presente y
diseccionaban el futuro.”
– Tiramonti, G. (2016)
Introducción
¿Ha logrado la Modernidad
cumplir con sus promesas de triunfo en el ámbito educativo? ¿O acaso no es la
educación una construcción humana cuyas bases y prácticas no radican más que en
un mecanismo de encubrimiento de la realidad? “(...) el mundo es, sobre todo,
la representación que nos hacemos de él” – Casullo, N. (2009)
El grado de universalidad que alcanzó la escuela no es el producto de una
evolución natural, sino de una construcción histórica durante la Modernidad.
Para el posible nacimiento de este nuevo orden, la creación de determinadas
condiciones culturales cumplió un rol fundamental.
Sin embargo, la figura de esta
institución de vanguardia ha logrado la instauración de determinadas prácticas
presentandolas como naturales,
creando así un velo sobre las relaciones sociales en las que dichas prácticas
se sustentan. Este proceso de naturalización dentro del campo educativo
encuentra sus raíces en una suerte de estrategia de enmascaramiento bajo la
justificación de la educación como un hecho meramente pedagógico y de índole
neutra, ocultando así su caracter de construcción tanto político como ideológico.
El enfoque de este ensayo consta de la enumaración y descripción de los
distintos aspectos del sistema educativo desarrollado durante la Modernidad,
sin excluír la posibilidad de
identificar algunos de estos rasgos en la actualidad. Al ser la educación un
proceso de socialización de individuos,
ésta no es estática en el tiempo, por lo que debe someterse continuamente
a nuevas revisiones y críticas que den lugar a las transformaciones que sean
necesarias hasta adecuarse a las necesidades de cada generación de educandos en
particular. Sin embargo, aquella escuela moderna ha sido obsoleta desde sus
inicios: “¿Y si nunca fuimos modernos?” – Latour, B. (2007)
I
– Orígenes de la escuela moderna
Guillermina Tiramonti (2016) observa una relación entre la escuela y la
Modernidad mediante la existencia de un vínculo entre un pasado mítico (construído
a la luz de un futuro que se pretendía viabilizar) y un presente que se justificaba en su
capacidad de construir el futuro:
“Si
pensamos la Modernidad como una bisagra en la historia, corresponde también
pensarla como una ruptura con el pasado y la tradición; y aunque sabemos que
nada es totalmente nuevo y todo se construye con los materiales y los recursos
de época, la combinación de ellos que se hizo en ese momento de la historia dio
como resultado la invención de un futuro que todavía se está desplegando.”
Las bases de la pedagogía y la escuela
moderna sentadas por Comenio en el siglo XVII tenían el
objetivo de enseñar todo a todos. A través de sus obras comienza a
plantearse un posible único método que regule la enseñanza. En La Didáctica
Magna (1986) postula un concepto clave para comprender las características
de las escuelas modernas: la “simultaneidad sistemática”.
“El
concepto de simultaneidad parte de un supuesto: el concepto moderno de
igualdad. La posibilidad del método simultáneo descansa en el supuesto de que todos
los hombres son esencialmente iguales (genéricamente iguales) y tienen por lo
tanto las mismas posibilidades de aprender, de adquirir conocimientos o de ser
educados.” – Narodowski, M. & Gvirtz, S. (1998)
Es a través de esta idea que la pedagogía busca uniformizar
los procedimientos en cada escuela para que se realicen de manera idéntica; por
ejemplo, brindar los mismos contenidos en la misma cantidad de tiempo. Esto se
logró mediante el control del tiempo de la labor educativa y la creación de un curriculum
unificado que permitiera dar lo mismo a todos los docentes – Narodowski, M. & Gvirtz, S. (1998)
Foucault sostiene que dicho control temporal se enfoca en
el ejercicio, al cual define de la siguiente manera:
“procedimiento que está
en el centro de esta seriación del tiempo y que es la técnica por la cual se
imponen a los cuerpos tareas a la vez repetitivas y diferentes, pero siempre
graduadas (…) permite una perpetua caracterización del individuo (…) Así garantiza,
en la forma de continuidad y de la coerción, un crecimiento, una observación,
una calificación”
– Foucault, M. (1976)
Este modelo único de educación
buscaba igualdad de oportunidades en el acceso a la educación para toda la
población, el cual se solidificó y se extendió a fines del siglo XIX.
En tiempos marcado por la Revolución Francesa y su aspiración a un mundo más
justo bajo los ideales de libertad,
igualdad, fraternidad, se funda “(...) una igualdad natural, todos los
hombres tienen derechos, todos los hombres son iguales ante la ley, (...) ante
la naturaleza; (...) la Ilustración plantea un combate(...) directo,
irreversible y radical contra el concepto de desigualdad” – Forster, R. (2009).
De esta manera, se conformó un nuevo paradigma basado en el diseño de un
sistema educativo nacional llevado a cabo por los Estados modernos, logrando
así el órden, la disciplina y el control
en el funcionamiento de las escuelas. La escuela constituyó entre los siglos
XIX y XX el modelo educativo hegemónico universal , dando cuenta del progreso
social en la Modernidad. Es esta la Era
de la Ilustración, el optimismo por un progreso que siempre está por llegar.
“(...) la certeza de que hay un tiempo nuevo que se
aproxima, y que es tarea de los hombres apropiarse de este tiempo nuevo, que la
historia puede tener un sentido, y
que inexorablemente lo tiene: ése es un sueño ilustrado (...)El ilustrado (...)
cree ciegamente en la razón.”
– Forster, R. (2009).
En La escuela como
máquina de educar Pablo Pineau se pregunta por qué la escuela triunfó
y llega a la conclusión de que la respuesta no está en que surgió como un
efecto inevitable de la Modernidad o por dicho contexto, sino que las razones
de su éxito están en el interior del sistema: “La escuela como forma educativa
hegemónica se debe a que fue capaz de hacerse cargo de la concepción moderna de
educación” – Pineau, P. (2000).
II – Configuración del
contenido y manipulación de la forma
Si
bien a lo largo del tiempo el sistema educativo tradicional fue mutando, podemos
dar cuenta de ciertos puntos críticos que siguen vigentes hasta hoy en día y
que ameritan a constantes revisiones.
¿Qué prácticas considera más importantes el sistema educativo tradicional
moderno y qué intenciones se esconden detrás de dichos criterios?
El campo del conocimiento escolar se configura por medio de recortes y
selecciones que dan lugar al contenido que luego será transmitido a los alumnos
en las escuelas. El conocimiento, junto
con su proceso de transmisión, no es neutro sino que al ocultar su carácter
constructivo oculta también un alto grado de intencionalidad ideológica a
partir del propio acto de selección de saberes a emitir.
Jackson, P.W en su obra La vida en las
aulas (1992) destaca el término currículum implícito, haciendo
referencia a aquellos aprendizajes difundidos por los educadores mas allá del
contenido explícito (material de los programas escolares). En tal sentido, el
autor sostiene que los maestros no sólo enseñan aquellos saberes preestablecidos
sino que además transmiten modelos de pensamiento, valores, intencionalidades,
etc.
Por otra parte, cabe cuestionarnos si el sistema escolar vigente contribuye a
despertar la creatividad, la innovación y el desarrollo individual de los
alumnos o si más bien actúa como dispositivo de control que normaliza y
despersonaliza al estudiantado.
En cuanto a la selección de
contenidos pedagógicos, es notable la prioridad atribuída a las materias
tradicionales, sobreestimando en éstas su carácter primordial. Son las Ciencas Exactas las que se imponen en
forma de conocimientos indispensables para la masa del estudiantado, siendo seguidas
por las Ciencas Sociales y Humanísticas y dejando atrás todas aquellas
asignaturas que respectan a las Artes.
En Pedagogía del oprimido (1970)
Freire hace referencia a una característica de la educación actual acerca de la
problemática sobre la narración y memorización excesiva que se presenta en las
aulas. Esto es algo que pasa mucho con las Ciencas Exactas, por ejemplo, con
las Matemáticas, cuando los alumnos memorizan las tablas sin razonar ni
comprender. Bajo el término de concepción
bancaria de la educación, el autor concibe
esta situación como si los alumnos fuesen unos recipientes en los cuales se
depositan los conocimientos.
Freire propone un análisis sobre dicho sistema sistema educativo que
pretende transformar la mente de los individuos para que se adapten mejor
al medio y a todo el sistema en su conjunto con el fin de dominarlos con mayor
facilidad. Foucault (1976) se refiere a esta misma idea con su concepto de cuerpos dóciles: “un cuerpo que
puede ser sometido, que
puede ser utilizado, que
puede ser transformado y
perfeccionado”.
A medida en la que se va estimulando la inocencia de los educandos, se genera
en ellos un estado de pasividad (posteriormente generando un efecto de
obediencia) junto con una progresiva tendencia a responder y a actuar de manera
automatizada. Para esto es indispensable disminuir progresivamente su
creatividad hasta desvanecer por completo su capacidad crítica.
Esta
observación resulta fundamental para comprender cómo la escuela refleja a todo
un sistema social, político y económico en su conjunto. Foucault explica la
relación entre vigilancia, castigo, poder y saber como un proceso de
observación jerarquizado. Se trata de una vigilancia discreta, continua y
global que reposa sobre los individuos y que se extendió en la Modernidad a
múltiples instituciones con el fin de establecer mecánicas de poder (algunas de
las mencionadas por Foucault son la prisión, el ejército, la escuela y el
hospital). Dicho modelo consiste en un ejercicio del poder disciplinario que
puede ser absolutamente “indiscreto” (está por todas partes) y absolutamente
“discreto” (funciona permanentemente y en silencio).
La
gravedad de dicha jerarquización no sólo radica en la subestimación de las Artes
en sí y en el hecho de que a menudo no son transmitidas hacia los niños y
jóvenes con la misma seriedad que las asignaturas tradicionales; sino en la
intención detrás de todo un sistema existente. De esta manera, lo artístico es
enseñado a los educandos como algo que no
es más que un simple pasatiempo. Este mensaje genera los mismos efectos por
fuera del microsistema escolar, por ejemplo, en los padres y/o adultos
responsables a cargo de los alumnos, quienes únicamente muestran preocupación
por el rendimiento que sus hijos obtienen en Matemática, Lengua y Ciencias.
Las raíces de este modelo nacen tanto de una intención por educar
equitativamente y homogenizar a los individuos desde su juventud en las
escuelas como de un adoctrinamiento por parte los mecanismos de control social hacia
el pueblo.
Se trata de una Era Moderna dominada por el hombre ilustrado:
“Pero la Ilustración (...) implica decir que el hombre es
humanidad, no raza, religión, etnia, nacionalidad; sino que es humanidad: el
concepto kantiano de humanidad, un universal abstracto, donde todos los hombres
son iguales, ante la naturaleza, ante Dios y ante la posibilidad de conocer y
ser libres. (...) contra las discriminaciones, contra las desigualdades, contra las formas
tradicionales de concebir al hombre. Está planteando una universalidad”
– Forster, R. (2009).
Forster (2009) habla de
autonomía como “una de las palabras claves de la Ilustración (...) esa voluntad
sujetiva por liberarse (...) una nueva figura de la acción transformadora”.
Sin embargo el problema con las Artes no sólo es que se encuentran
desvalorizadas sino que incluso en las escuelas se les enseñan a los niños una
única manera de ejercerlas. Mas allá de las técnicas propias de cada disciplina
artística, que por supuesto deben ser enseñadas, a los alumnos se les impone,
por ejemplo, qué pintar y cómo, sobre qué escribir, etc. Estos pequeños
detalles hacen notar su relevancia luego de muchos años de disciplina escolar:
progresivamente se mata la creatividad de los estudiantes desde su niñez. Se
trata de que la escuela enseña a obedecer en vez de enseñar que a pensar,
creando así sujetos que asimilan esa obediencia y asumen que siempre tienen que
realizar tareas de una única manera correcta. Son necesarias estas
observaciones para dar cuenta del verdadero rol que cumple la creatividad en
una sociedad: es ésta escencial para la formación de sujetos libres y críticos.
Paradójicamente es la crítica la base sobre la cual se sustentan los principios
de la Modernidad, bien llamada La Era de la Crítica (F. Duque). Es justamente la crítica lo que define
a la Modernidad; la idea de que está en crisis. Retomando a Marshall Berman, una
era de contradicciones en la que mientras la vida urbana se expande y se
industrializa, el capitalismo arrasa y por consecuente los hombres se dominan
entre sí.
Tales ideas se hacen gráficas, por ejemplo, en la película The Wall de Pink Floyd (1982), puntualmente en aquella escena en la
que un grupo de niños camina hacia una moledora de carne para ser convertidos
en una sóla masa en conjunto. Esta obra da
cuenta de la existencia de un sistema educativo propio de aquella época basado
en la teoría conductista, a través de la cual se creía que generando los
estímulos adecuados se obtendrían las respuestas deseadas. A su vez, el
educador genera una serie de resfuerzos en forma de premio o castigo, según la
reacción del alumno. Durante todo el film se muestra a la figura del docente
como un sujeto cruel que busca humillar y exponer al protagonista en frente de
toda la clase con el fin de reprimir sus facultades artísticas para convertirlo
en un cuerpo dócil (Foucault, M. 1976) y que finalmente sea más sencillo de
moldear hasta convertirse en un ladrillo más de la pared.
El Arte queda manifestado como revolucionario y desafiante frente a un sistema
que busca homogenizar y mantener un estricto control en la sociedad. En Vigilar y castigar (1976) Foucault
sostiene que el fin de penalizar es que
todos los individuos se asemejen, tiendan a parecerse, a actuar igual, a
hacerse previsibles en sus reacciones y respuestas, hasta lograr un
desvanecimiento de las diferencias entre individuos. Esta cuestión fue temida
por Ritzer (1993) y celebrada, en cambio, por autores como Heath y Potter
(2004) como un triunfo de los ideales igualitarios que habrían acompañado al
ser humano a lo largo de la historia.
El antagonismo atribuído a la figura del docente con respecto al protagonista
hace referencia al adoctrinamiento hacia los alumnos, propio de dicha época, en
función de evitar revoluciones y cambios en el aparato educativo. La deshumanización
de los estudiantes es posible a través de una serie de represiones a sus propias
ideas, puntos de vista e incluso emociones. Es esta la manera en la que los
empoderados logran manipular el contenido y la forma en la que la información
les es dada a los estudiantes.
A pesar de que el modelo conductista de aquella época difiere en algunos
aspectos al modelo actual, varios de ellos todavía continúan en vigencia. Sin
embargo, poco se reflexiona y se actúa sobre las consecuencias de una educación
estandarizada (que sigue demostrando constantes fallas) en la que predomina el
automatismo en las maneras de pensar, sentir y actuar.
Es la escuela la primer institución en la cual los niños se encuentran
socializados, por ende, la responsable en la formación de los primeros años de
vida de los individuos.
En definitiva, el modelo citado impone una educación total en la que el sujeto
se encuentra sometido a un Estado omniprescente que dispone de manera
totalizadora de su cuerpo y de su tiempo
desde el período de la infancia. Sin embargo nos encontramos con una
contradicción, ya que es el pensamiento Ilustrado el primero en plantear al
Estado como “absolutista, (...) autocrático (...) impide a los hombres pensar por sí
mismos.” – Casullo, R. (2009).
Es por esto que podríamos concluír con que la Ilustración sin dudas tomó
conciencia acerca del poder del Estado, pero quizás únicamente desde una
posición de crítica y no de estrategia.
Quizás porque lograr un cambio, sobretodo en aquellos tiempos, no habría sido
más que una utopía.
II.I “La escuela que enferma”
Muchos
de los ya mencionados contenidos
explícitos transmitidos por la escuela, al carecer de significación por
haber sido puramente repetidos de memoria, son olvidados de manera casi
inmediata por los alumnos luego de haber sido evaluados.
Por otra parte, algunos aprendizajes
implícitos son los que se fijan con mayor eficacia en la conciencia de los
estudiantes, siendo este aspecto del dispositivo escolar uno de los más
relevantes factores de condicionamiento para el moldeado de las masas a educar.
Siguiendo algunos de los puntos expuestos por la docente Catalina Pérez Torres
en su ensayo La escuela que enferma
(2006) podríamos mencionar los siguientes:
1. La calificación como una marca numérica
que asegura reflejar con exactitud qué tan alto fue el grado de conocimientos que el alumno logró absorber, ocultando
tanto su posible margen de error como diferentes factores externos difíciles de
tener en cuenta a la hora de la instancia evaluativa (pero que inevitablemente
influyen en el resultado final): desde condicionamientos psíquicos del alumno
al momento específico de haber sido evaluado hasta irregularidades y/o fallas
durante el proceso de transmición de conocimientos. Clasificar a los individuos
y distribuirlos por rangos (cuantificación y cualificación) presenta una doble
función: “señalar las desviaciones, jerarquizar las cualidades, las
competencias y las aptitudes; pero también castigar y recompensar” – Foucault,
M. (1976)
El examen, siendo la observación que opera prolongando una justicia que
pretende objetiva, nos propicia analizar la relación existente entre el poder y
el saber llegando a convertirse en un instrumento que visibiliza, califica,
castiga, clasifica, compara, mide y sanciona. Su función según Foucault
“establece sobre los individuos una visibilidad a través de la cual se los
diferencia y se los sanciona.” (1976).
El examen en la Modernidad, además de sancionar un aprendizaje, es uno de sus
factores permanentes según un ritual de poder constantemente prorrogado. La
figura de la evaluación acompaña a los individuos también por fuera del
microsistema escolar:
“(…) la escuela pasa a ser una especie de aparato de examen ininterrumpido que
acompaña en toda su longitud la operación de enseñanza (…) una comparación
perpetua de cada cual con todos, que permite a la vez medir y sancionar (…)
Finalmente, el examen
(…) es el que combinando la vigilancia jerárquica y sanción normalizadora,
garantiza las grandes funciones disciplinarias de distribución y clasificación,
de extracción máxima de las fuerzas y del tiempo, de acumulación genética
continua, de composición óptima de las aptitudes. (…)
– Foucault, M. (1976)
2. Jerarquización del poder:
Adiestramiento del estudiante de rendir culto a la autoridad, originando así la
asimetría profesor vs alumno; dando
lugar a la posibilidad de abuso de poder por parte del educador hacia el
educando. Esta verticalidad, lejos de transmitir valores de igualdad y respeto entre
todos los individuos, acentúa aún mucho más las relaciones de poder que se
presentan en todo ámbito de la vida social.
De este modo la sana convivencia
y la aplicación de una enseñanza que aliente y desarrolle las virtudes del
alumno disminuye deliberadamente.
3. Desindividualización del alumno: Siendo cada estudiante un
individuo con características, dotes e intereses únicos, el sistema educativo
tradicional, en su afán de concretar un método de enseñanza equitativo, grupal y
abarcativo, no logra más que desindividualizar a cada uno de los educandos.
Como consecuencia, no sólo se presentan dificultades en los procesos de
aprendizaje para gran parte del alumnado sino que también se producen
debilitamientos en el aparato psíquico de los estudiantes, lo cual muchas veces
deriva en una deterioramiento de su enfoque y energías en mantener firmes sus
respectivas capacidades, aptitudes y puntos fuertes.
Es así como la mayoría de las veces, no sólo no se logra concretar un
aprendizaje exitoso y a largo plazo, sino que el estudio termina por reducirse
en una obligación. La meta ya no puede ser aprender sino aprobar, convirtiéndose el sistema en una máquina
inútil que deriva en una pérdida de interés en el conocimiento por parte de los
alumnos, convirtiendo en muchos casos al estudio en una tarea tediosa y sin
sentido alguno.
Dicha combinación de factores explica el por qué de las fallas existentes en un
sistema educativo supuestamente moderno, el cual instaura una escuela que actúa
como aparato de control y vigilancia y que funciona como microscopio de la
conducta.
Todo lo mencionado podría sintetizarse en que durante la Modernidad asistimos
al nacimiento de una nueva anatomía política cuyo fin es “proyectar una
institución disciplinaria perfecta” (Foucault, M. 1976) para establecer
relaciones de disciplina:
“(...) a las funciones de vigilancia se les incorpora un
papel pedagógico, haciendo que queden integrados en el interior de un
dispositivo único tres procedimientos: la enseñanza propiamente dicha, la
adquisición de conocimientos por el ejercicio mismo de la actividad pedagógica,
y finalmente una observación recíproca y jerarquizada”
–
Foucault, M. (1976)
Mientras el sistema pedagógico
escolar desindividualiza a los alumnos, la disciplina fabrica una
individualidad: la masa de cuerpos dóciles.
Tal como fue expuesto anteriormente, se trata de una nueva concepción del ser
humano originada en la Modernidad que no sólo es percibible en la institución
escolar sino que denota el trasfondo de un sistema mucho más abarcativo. Las disciplinas
pueden hacerse funcionar de manera múltiple y polivalente en el cuerpo social
entero.
Foucault (1976) prosigue sosteniendo que son disciplinas “que la época clásica
elaborará en lugares precisos y relativamente cerrados –cuarteles, colegios,
grandes talleres- y cuyo empleo global no se había imaginado sino a la escala
limitada y provisional de una ciudad en estado de peste(…)”
II.II Conclusiones
Mas allá de todas estas
observaciones planteadas, ciertas cuestiones probablemente no podría haber sido
de otra manera, puesto que habría resultado imposible una Modernidad sin
rastros de fracasos: fue éste un período de crisis y contradicciones.
“El hombre del siglo XVII vive el sufrimiento de una época
que está disolviendo las antiguas costumbres y todavía no ha podido
reemplazarlas por las nuevas costumbres; que ha expulsado a Dios del centro y
todavía no ha alcanzado reemplazarlo; que vive – como diría la conciencia
barroca – en la melancolía de la pérdida
de la gracia”.
– Forster, R. (2009.)
Por otra parte,con respecto a
todo lo mencionado, se puede hablar de una paradoja de la Ilustración: se trata
de la tensión existente entre el concepto de individualidad y el concepto de
universalidad.
“(...) por un lado,
la idea de la autonomía y de la individualidad, la idea de una conciencia que
trabaja en el interior, privadamente, sus propias creencias, sus propias
concepciones; pero por otro lado (...) el concepto de universalidad (...) la
idea de una humanidad común, que es capaz de construírse por encima de las
desigualdades, por encima de las diferencias y que tiene como enemigo a los
particularismos”
– Forster, R. (2009).
Tal contradicción surge de una
Ilustración que planteaba a la razón como la única manera de llegar al
conocimiento, y así, a la liberación. De una Ilustración ciegamente optimista
en cuanto a la llegada del progreso. Del gran impacto que tuvieron los
principios de la Revolución francesa: libertad,
igualdad, fraternidad; por consiguiente de la necesidad de una educación
común e igual para todos los individuos, eliminando –o intentando eliminar–
todo rastro de discriminación y desigualdad.
Por más críticas y revisiones que hagamos, según Casullo (2009) “(...) toda
aquella crítica que la cuestione de la manera más profunda, en raelidad está
siendo Modernidad por excelencia, porque la crítica es fundadora de los tiempos
modernos”.
Entonces,“¿Dónde está el progreso? Uno podría preguntarse, y pensar que
allí hay un fracaso de la Ilustración. El fracaso es nuestro, probablemente”. –
Forster, R. (2009).
BIBLIOGRAFÍA
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Siglo Veintiuno Editores.
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Foucault, M. (1976) Vigilar y castigar.
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Forster,R. (2009). “El lenguaje de la Ilustración”, Itinerarios de la Modernidad. Buenos Aires: Eudeba.
Forster,R. (2009). “Luces y sombras del siglo XVIII”, Itinerarios de la Modernidad. Buenos
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Recuperado de: https://goo.gl/Lyg3S1
Berman, M. (1988) Todo
lo sólido se desvanece en el aire. Madrid: Siglo Veintiuno Editores
Torres P, C. (2006) La
escuela que enferma. Buenos Aires: De Los Cuatro Vientos.
Ritzer, G. (1993) Teoría
sociológica contemporánea. Madrid: Mc Graw-Hill.